29 Noviembre 2018
La india era la perla del imperio británico. Todo un continente en otro continente, cuatro millones de kilómetros cuadrados, más de una docena de grupos étnicos que hablan mil quinientos dialectos y practican todas las religiones que le han sido dadas al Asia.
A finales del siglo XIX comienza a despuntar la afirmación nacional y el afán autonomista. Dicho espíritu se hará fuerte en el Congreso Nacional Indio, formación supra étnica y suprapartidista, que encarnara la aspiración de independencia de los hindúes, que conquistaron en 1947.
Al frente de esta empresa estuvo un hombre débil por los ayunos, fuerte por su alma grande, sabio por su profundo conocimiento del ser humano. Fue el Mahatma Gandhi. El hombre que canalizo constructivamente las múltiples energías de los hindúes para construir una nación independiente.
Gandhi era partidario de la no violencia. Sus métodos dominaron el proceso de independencia e inutilizaron el ejército del imperio. Su opción pacifista no era producto de la debilidad. “Si debería escoger entre la cobardía y la violencia, prefiero la violencia”, dijo alguna vez Gandhi.
Los musulmanes, que eran la quinta parte de la población de la india, exigieron a los británicos que les dieran un trato diferenciado en razón de sus creencias. Los ingleses lo aceptaron como una estratagema para debilitar al Congreso Nacional Indio. Estas concesiones llevaron a segregación de Pakistán, un país imposible, conformado por dos partes separadas por más de mil kilómetros. Al momento de su formación se produjo un éxodo de millones de personas, que debieron reubicarse bien en Pakistán, bien en la india, porque la religión que practicaban no era la mayoritaria en el suelo donde Vivian.
En la pugna entre musulmanes e hindúes cayo también Gandhi, quien fue asesinado por un nacionalista hindú que no compartía la manera compresiva como miraba los intereses de los musulmanes. Así, en este proceso, la india ha venido consolidando, con dificultades pero con eficacia, su estado nacional.