23 Octubre 2019
La independencia de los países de América Latina, vista en forma general, implicó un cambio parcial. La América española se fragmentó en naciones separadas, que frecuentemente adoptaron las fronteras jurisdiccionales de las anteriores unidades administrativas coloniales.
En 1903, con la creación de Panamá y la independencia de Cuba, el número llegó a veinte repúblicas. Después de innumerables batallas entre los ejércitos insurgentes y las fuerzas reales, los países mantuvieron en pie gran parte de la estructura social y el tipo de relación comercial que habían mantenido con los ingleses durante la lucha revolucionaria. Los efectos de la guerra se reflejaron en la destrucción no sólo de los recursos agrícolas, ganaderos y mineros, y la escasez de capital local, sino en la poca inclinación de los intereses extranjeros para invertir en zonas que no se consideraban de importancia económica.
En los años que transcurrieron de 1825 a 1850, las economías latinoamericanas enfrentaron graves desequilibrios en sus finanzas por el descenso de las exportaciones agrícolas y mineras, al encontrarse en bancarrota dichas actividades. Los principales propietarios del capital, la Iglesia y los comerciantes, no invertían debido a la inexistencia de un mercado fuerte y protegido. Resultó más fácil para los nuevos gobiernos permitir que los comerciantes ingleses cubriesen las necesidades de la población.
Fue así que los comerciantes y los banqueros ingleses llenaron el vacío que dejaba España, y su relación económica con América Latina tuvo un
carácter comercial. Una de las principales zonas que primero se incorporó al nuevo sistema comercial inglés fue la franja marítima del Atlántico sudamericano, lo que resultó fatal para los comerciantes locales, al no poder competir con productos manufacturados de calidad y de bajo precio.
Este panorama, aunado a las rivalidades entre las regiones y los conflictos entre agricultores y mineros, quienes buscaban el apoyo para reestructurar sus negocios, fomentó el interés comercial no sólo de los ingleses, sino también de los estadounidenses, que estuvieron respaldados por una excelente flota mercantil. Durante el siglo XIX Gran Bretaña mantuvo una posición predominante en Latinoamérica y su pacífica invasión comercial se facilitó por el largo periodo de inestabilidad política, social y militar de la región.