12 Agosto 2018
El hinduismo se remonta a los antiguos tiempos védicos y, quizás, a los tiempos anteriores a la llegada de los arios. A diferencia del Islam o del budismo, el hinduismo no fue creado por una persona determinada, sino que fue el resultado de un largo proceso en el curso del cual se mezclaron los más diversos elementos.
Es una religión politeísta con una inmensa variedad de dioses, espíritus, ídolos y fetiches. No se basa en un dogma único, ni cuenta con una organización centralizada común. Existen los más variados cultos regionales y locales. Los mismos dioses existen bajo nombres diferentes y son representados de distinta manera. La misma persona puede venerar a distintos dioses. Se mezclan la más alta especulación metafísica y los más primitivos sacrificios rituales.
Según el hinduismo existe un alma universal, Brahm, que confiere su unidad al universo y que está presente en todas las cosas y en todos los seres. Se encarna en los dioses a cuya cabeza figura Indra que en los Vedas aparece como el dios supremo. Gobierna en el cielo y en la tierra. El arroja el rayo, su arma infalible. Con el tiempo se acentuó la importancia de una tríada de dioses, Trimurti, formada por Brahma, el creador, Siva, el destructor, y Vishna, el mantenedor. Pero el panteón hinduista se compone además de un sinnúmero de otros dioses que se manifiestan en las formas más variadas: el dios-mono Hanumán, representado con figura de mono y adorado ante todo en las aldeas rurales; Ganesha, el dios-elefante, representado con cuerpo humano y cabeza de elefante, un dios de la sabiduría.
Brahm, el alma universal, está presente también en el alma individual o atmán. Hay identidad entre el Yo y el universo. Sin embargo, en la existencia terrenal el alma personal está encerrada dentro de su cuerpo material y, por tanto, se encuentra separada del alma universal. El máximo anhelo y la tarea propia del hombre en su vida terrena consisten en alcanzar la fusión con el alma universal. Para lograr este fin el hombre debe esforzarse por cumplir plenamente con su karma, la ley de su existencia. El alma individual se puede escapar de los males y sufrimientos de este mundo a través de sucesivas reencarnaciones. Según la doctrina hindú de la transmigración de las almas, el alma se encarna de nuevo después de que muera el cuerpo. Según la manera en que cada uno ha cumplido con su karma, el alma puede descender o ascender. El alma de quien no se ha perfeccionado se reencarna en un ser inferior: puede renacer como miembro de una casta inferior y aun puede reencarnarse en un animal, un ratón, una rana o un lagarto. En cambio, el alma de quien se ha perfeccionado y purificado mediante el estricto cumplimiento de las leyes espirituales y morales del hinduismo, renace como miembro de una casta superior. A través de sucesivas reencarnaciones puede ascender a la casta más alta y renacer como brahmán. Si en nuevas reencarnaciones como brahmán el alma alcanza la máxima perfección y santidad, se identifica con el alma universal y no regresa a la Tierra. Se ha cumplido definitivamente su karma y por eso queda liberado de él. Se ha producido la identificación del Yo con el universo. Los hindúes creman a sus muertos con el fin de que el cuerpo físico quede reducido a cenizas y de que el alma quede liberada para nuevas reencarnaciones.